Meditando a solas
Había salido Isaac a meditar al campo. (Génesis 24:63.)
También es interesante destacar el lugar que eligió Isaac para meditar. Al aire libre vemos muchas cosas en las que meditar, desde los altos cedros hasta las pequeñas plantas de hisopo, desde las águilas que planean allá arriba hasta los saltamontes que chirrían abajo, y desde la inmensidad del cielo azul a la gota de rocío. Todas estas cosas están plagadas de enseñanzas y cuando nuestros ojos estén divinamente abiertos, esa enseñanza iluminará nuestra mente de manera más clara que el conocimiento que se obtiene de los libros. El interior de nuestro hogar no es tan saludable, ni placentero, ni inspirador de pensamientos ni ideas como la intemperie. No debemos pensar que algo de la creación es común o impuro, sino reconocer que todo lo creado apunta a su Creador. Entonces, de inmediato el aire libre se convertirá en un lugar santo para nosotros.
También es de destacar la elección de Isaac acerca de la hora del día para meditar. Escogió el momento en que el atardecer despliega su velo sobre el día, el momento perfecto para calmar el alma y permitir que las preocupaciones mundanas cedan el paso al gozo de la comunión celestial. La gloria de la puesta del sol y la solemnidad de la aproximación de la noche despiertan nuestro sentido de asombro y admiración.
Querido lector, si tu agenda te lo permite, sería muy valioso para ti que esta tarde pasaras una hora caminando al aire libre. Y si estás en una ciudad, el Señor también está allí, y se encontrará contigo en tu cuarto e incluso en la calle atestada de gente. Dondequiera que estés permite que en este día tu corazón vaya a encontrarse con El.